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Su Excelencia El amor (página 2)




Enviado por Theodoro Corona



Partes: 1, 2, 3, 4

El amor, como dice el canto-autor venezolano
Simón Díaz, "… no tiene fecha ni tiempo en el
calendario…" Los siglos han pasado y ese sentimiento
habrá cambiado de forma, pero sostuvo el principio
químico esencial, cual es el amor mismo.

Al amor, muy a pesar de opinión en contrario, le
ocultamos románticamente la responsabilidad que conlleva
la relación que mantenemos de manera libre y
espontánea, asumiendo un literal desprecio por las
consecuencias de las decisiones que tomemos en esta materia.
Luego le culpamos trágicamente de los desengaños y
tropiezos; del dolor que nos cause la desilusión y de la
impotencia de mejorar en su momento cualquier relación que
nos causa daño.

Para muchos puede resultar incongruente imaginarnos un
amor responsable, sin embargo, debemos tener presente que un
sentimiento donde se involucra presente y futuro, decididamente
tiene que tener relación directa con estos dos tiempos, lo
que resultaría suficiente como para estimarlo y
respetarlo.

La idea de este libro, ojalá lo logre, es
despertar el desarrollo y crecimiento del amor, el afecto, el
diálogo y la comprensión. Y mientras podamos crecer
en estos rumbos, conseguimos tener la seguridad que la vida
crecerá de manera indetenible. No le tengamos miedo al
amor, no le miremos como una cosa rara; no lo tengamos presente
sólo porque así lo recomendó Jesús,
el Nazareno, sino que además de esta condición
fundamental, veamos al amor como una pieza propia que para nada
es banal o ligera. Allí, en el amar, tendremos lo
más hermoso de esta transitoriedad humana.

Te puedes preguntar ¿Qué hubiese sido de
mí, si mis padres no me hubieran dado el amor, la
protección y la paciencia que me dispensaron cuando era
sólo un niño?

Antropólogos y sociólogos han desarrollado
diferentes teorías sobre la evolución de las
estructuras familiares y sus funciones. Según
éstas, en las sociedades más primitivas
existían dos o tres núcleos familiares, a menudo
unidos por vínculos de parentesco, que se desplazaban
juntos parte del año, pero se dispersaban en las
estaciones en que escaseaban los alimentos. La familia era una
unidad económica: los hombres cazaban mientras que las
mujeres recogían y preparaban los alimentos y cuidaban de
los niños.[1]

Esta sujeción histórica nos limita a un
abordaje científico de la familia, sin embargo, existen
otros elementos de análisis que nos indican que al existir
vínculos perdurables, se involucran igualmente factores
emocionales ligados al amor.

Quizá uno de los yacimientos arqueológicos
que más información ha proporcionado sobre el
origen del hombre sean las cuevas del monte Lungku, en Chukutien,
cerca de Pekín. Allí se han encontrado restos
humanos con una antigüedad de 500 mil años, y se pudo
constar la existencia de elementos domésticos, signo
inequívoco de sedentarismo y familia. Y donde existe
familia bien asentada, hay amor.

Aquel habitante de las cavernas de alguna manera
jugó el juego del amor y cultivó,
rudimentariamente, la idea de que a través de una
relación familiar lograba seguridad y protección.
Esos dos estados eran y siguen siendo factores predominantes que
sugieren o recomiendan la vida en familia.

Para el año 2025 se proyecta una población
mundial de 8 mil millones de personas y sólo Asia
tendrá poco más de la mitad, estimándosele
unos 4 mil setecientos millones de seres. ¿Esa
población podrá vivir en paz bajo el signo del
odio? O ¿será bajo el signo del amor la
fórmula indiscutida para la convivencia fraterna y en
paz?

Sin duda que la repuesta es fácil, lo que no
pareciera obvio es la disposición del hombre para la
práctica del amor. Sin embargo, no podemos cejar ni un
minuto, quienes creen que sí existe esa posibilidad, para
propagar la idea y convertirnos en vendedores de un producto
abundante, pero que no le termina de gustar a muchos.

Existen puntos álgidos de confrontación en
el mundo, bien por ideologías disímiles, por luchas
fronterizas, por guerras civiles, por cuestiones raciales o
religiosas, y por enconados odios sembrados por diferencias
sociales y económicas. En esto el hombre pareciera no
aprender

¿Para qué me sirve tu dios guerrero,
insensato? ¿Cuál es la razón para en nombre
de una creencia o religión me vea obligado a matar?
¿Para qué esa bomba terrorista, que mata
principalmente inocentes?

¿Acaso no son suficientes los diversos accidentes
naturales que sacuden a la humanidad? ¿No nos bastan el
SIDA, el cáncer y las epidemias, males contra los que
luchamos? y ¿el hambre de millones de seres, no tiene
importancia? ¿Será cierto que amor es el
antídoto contra tales venenos? Con toda sinceridad pienso
que sí.

La idea no es pedir que renuncies a tu ideología,
ni a las diferencias religiosas, ni a la reclamación
fronteriza. La idea es no utilizar la guerra y el terrorismo para
imponer la "justicia", para vengar muertes ni para posesionarnos
de apetecibles territorios. La idea es ver al hombre como centro
de todo desarrollo, de toda fortuna, de todo bien. He dicho que
nada está por encima de la felicidad del hombre, pues
ésta tiene ese sólo destinatario. No importa si
conquistamos la Luna u otro planeta; si dominamos la
producción de alimentos y sembramos el más
recóndito y pequeño lugar de nuestra Tierra de
escuelas, tecnológicos y universidades; pues si tales
hazañas no van dirigidas en procura de la hermandad del
hombre, habremos arado en el mar.

Este planteamiento me lleva a una interrogante, que
asusta, pero que también crea esperanza.

¿Habrá terminado la evolución del
hombre? La respuesta de los científicos es que
efectivamente la evolución prebiológica ha
terminado, no así la biológica que continúa
lenta, pero progresivamente. La evolución de las especies
no se ha paralizado con la aparición del hombre. Se opina
que el hombre ha entrado en una tercera fase del proceso
evolutivo: la evolución cultural y psicosocial.

Esa evolución o tercera fase de adelantamiento
tienen que ver con lo que hemos venido planteando, pues
sería la conquista de un nuevo orden social que cambie la
relación política y económica en procura de
una justicia social, y la preeminencia del hombre sobre los
factores económicos.

Pero, tales cambios sólo son posibles en paz,
pues el oprimido no se libera convirtiéndose en opresor,
sino llegando a tener alcance a los bienes fundamentales que
sustentan una evolución cultural, social y
económica.

No planteo el igualitarismo por decreto, sino la
justicia; y justicia es igualdad de condiciones para que cada
cual determine sus alcances y metas, según sus facultades
intelectuales. Es posible que lejos esté el día
cuando el sol brille con la misma intensidad para todos, pero
esto que no es sino una expresión literaria, descifra al
hombre en su progresiva superación que debe ser personal
para convertirse luego en una acción social de magnitud
plurivalente.

Sucumbir no puede ser el futuro del hombre y no
será por las inclemencias de una tierra que es su dominio,
ni por efectos de una guerra nuclear devastadora que el hombre
estaría condenado a ser extinguido de la faz de la Tierra,
sólo el odio, la injusticia y la falta de amor, lo
condenan inexorablemente.

-Cuando opina sobre la bondad del amor, dice que
él no podrá ser usado para causar daño,
pero, ¿hasta cuánto se puede realmente soportar la
evidente perdida del amor?

-Entiendo que su pregunta va dirigida al amor entre
parejas, ¿es eso correcto?

-Sí, efectivamente así
es

-Dije que el amor es mutable; cambia de forma pero nunca
muere, lo que evidencia que es posible que entre las parejas se
sucedan variabilidades, trasformaciones o definitivos desamores.
Es factible que de no revisarse una situación a tiempo
pueda terminar con un rompimiento de la relación de
pareja, pero ello no necesariamente liquida el amor ni en el uno
ni en el otro. El amor como tal sigue existiendo, sólo que
irá dirigido, posiblemente, hacia otra persona.

Pero, me pregunta hasta cuánto se puede soportar
la perdida de amor hacia nuestra pareja. Mire, eso depende de
múltiples factores y uno en particular pudiera desdibujar
una idea de rompimiento. Los hijos en muchas ocasiones suelen ser
factor de unión que evitan situaciones límites
entre las parejas, permitiendo una introspección de la
relación y un diferimiento y hasta aplazamiento de una
dura decisión. Por eso insisto en la necesidad del
diálogo franco, sincero y trasparente. Las parejas no
pueden negarse el uso de una herramienta tan poderosa y sabia,
como lo es el conversar sobre el más mínimo detalle
de controversia que pudiera significar malos
entendidos.

Difícilmente no tendremos diferencia de
criterios, costumbres y puntos disímiles que nos separen,
pero como en toda relación debemos avenirnos tras la
solución más inteligente o, si se nos permite, un
híbrido como solución salomónica. En este
aspecto el equilibrio permite manejarnos con muy pocas sombras y
es otro factor de singular importancia.

Debo inferir la no-existencia de conflictos serios que
amenacen la tranquilidad emocional de algún miembro de la
pareja, pues de existir tal posibilidad, lo recomendable es
buscar ayuda profesional que medie en el conflicto y logre
soluciones consensuadas.

Lo que no se puede aceptar son daños
físicos, morales, sicológicos o emocionales. Si una
situación de esta naturaleza está presente en tu
relación de pareja, debes rápidamente encontrar la
forma para que tal situación cese de inmediato o se
produzca una separación que puede ser temporal o
definitiva. Ninguna pareja puede crecer bajo la fuerza de la
presión sicológica, como tampoco es posible
encontrar caminos de solución bajo los efectos del odio y
el revanchismo. Nada justifica la venganza y por dura que sea la
situación se habrá de buscar medios que alivien los
aspectos ásperos.

Ese aliviadero, si no lo sabías, es el amor mismo
que todo lo hace posible. Fracasar puede ser sinónimo de
experiencia, sólo debe mediar nuestra inteligencia que nos
permitirá aleccionarnos para futuras
situaciones.

Es muy común encontrar segundos matrimonios
exitosos que se caracterizan por una relación madura e
inteligente. No digo que estas relaciones sean particularmente
calculadas con la presencia de un amor tibio, no, lo que refiero
es que dada la experiencia o fracaso, quienes forman pareja traen
un bagaje de conocimiento que sólo se aprecia en el
día a día de la vida en pareja.

Sería incomprensible el fracaso de unas segundas
nupcias, no digo que no suceda, pero ello es extraño ante
la seriedad con que se toma una segunda relación de
parejas. La experiencia es conocimiento procesado para el disco
duro de nuestra computadora; el resto dependerá de cada
cual.

La familia y el
amor

Hemos venido hablando de un hombre en crecimiento; vimos
cómo el hombre de hace 500 millones de años se hizo
la idea, indudablemente rudimentaria, del núcleo humano
que hoy llamamos familia. Verter pues nuestras esperanzas en la
familia no parece descabellado, sino enteramente positivo e
histórico.

Pero, ¿qué es la familia para que
esté más allá de un término que
señala la conjunción de un grupo unido por grados
consanguíneos?

La cabal definición de familia se conoce como
célula fundamental de la sociedad, lo que resulta un
aserto sociológico de aceptación general. En ella
conviven grupos humanos unidos por lazos, además de los
meramente biológicos, afectivos que son el primer
eslabón de la cadena familiar. Le llamo "cadena" para
tomar el término en su sentido gramatical de unión
o atadura, pues estaríamos auténticamente unidos o
atados por medio de esa cadena de eslabones inseparables.
Así es la familia concebida de la manera más llana
y simple, pero sabemos y estamos concientes que esa familia
originaria posee una función histórica que termina
separándola, cual es el cumplir con el rol irrenunciable
de poblar la Tierra.

Pero, lejos de ser un factor de división, lo que
aparentemente proyecta, es un valor fijo multiplicador que lustra
de manera inmanente al núcleo familiar. Esa
multiplicación crea cadenas de eslabones menos
rígidos, pero que cumplen, igualmente, la función
de unir.

Pero, ¿es posible una familia sin
amor?

Lamentablemente tenemos que decir que como posibilidad
es posible. Te ruego que me aceptes, amigo lector, la
redundancia, pero al buscar una vocablo sinónimo me
encontré que ninguno me hablaba tan terminantemente como
el redundante, no porque el significado gramatical no fuere
exacto, sino por que la fuerza de voz idiomática se
perdía tras el símil.

Realmente existen "cosas" llamadas familias donde el
amor brilla por su ausencia. La vida para ellos transcurre en una
constante búsqueda de soluciones para sus asuntos
meramente personales. Cada cual por su lado y de manera
egoísta enfrenta su propia vida, la solidaridad
está ausente y domina de manera absoluta el "yo" por
encima del "nosotros" En una familia la solidaridad es el sentido
real del grupo, pues sería mejor vivir solo, aislado del
mundo, así por lo menos la posibilidad de amarnos no
existiría. El anacoreta se retira, se aparta del mundo, se
dedica a sus meditaciones; su compañía es la propia
soledad por él sostenida, pero, esa ha sido su
decisión. Muy distinto es vivir en un núcleo
familiar donde ignoramos y somos ignorados.

"El amor hace posible lo imposible. El amor sólo
el amor hace que los hombres no acabados crezcan juntos y formen
una comunidad. Sólo en el amor se pueden soportar
mutuamente los hombres" (Phil Bosmans)

Cuál duda cabe sobre esta realidad, para
mí ninguna. Pero, aún cuando tengamos dudas al
respecto, te preguntaría ¿Cuánto te cuesta
experimentar un nuevo estilo de vida, incorporando el amor
(gratuito) a tu entorno? Si alguien te dice: Ve, sube aquella
baja montaña, allí encontrarás un tesoro.
¿Cuál sería tu primera reacción?,
lógicamente no creer lo que te dicen, pero, no te
atreverías, aunque fuere por simple curiosidad, subir y
verificarlo. Con el amor la cuesta más alta y empinada
está dentro de ti. Ese esfuerzo consistiría en
creer en la posibilidad de que el amor existe, luego reconocerlo
como vínculo y vehículo de armonía,
solidaridad, perfectibilidad y felicidad para terminar
practicándolo fervorosamente a tiempo y a
destiempo.

Sé que no estoy diciendo nada nuevo. Un hombre,
el más grande de todos los hombres y reconocido como Hijo
de Dios, lo dijo hace más de dos siglos; y es común
escuchar aquello de que "por la verdad y el amor murió
Cristo"

Quienes creen en Él sabemos que por algo mucho
más grande fue su sacrificio humano, pero ciertamente su
misión y enseñanzas, aún no comprendidas
totalmente, se fundaron en la entrega y el amor por sus
semejantes. Su solo ejemplo de vida, pasión, muerte y
resurrección así lo acredita, lo que ha quedado en
la conciencia del hombre como sello indeleble que lo diferencia,
caracteriza e identifica como criatura predilecta.

En la doctrina cristiana la escatología engloba
la segunda venida de Cristo o parusía, la
resurrección de la muerte, el juicio final, la
inmortalidad del alma, la idea del cielo y del infierno, y la
culminación del reino de Dios. En la Iglesia
católica, la escatología comprende, además,
la visión beatífica, el purgatorio y el limbo de
los justos. Todo esto junto es posible gracias al amor del Padre.
Entonces nos podemos dar cuenta de cual es la real
dimensión del amor, si tales trascendencias son posibles
gracias a ese sentimiento.

Podemos afirmar, sin equívocos, que estamos en
presencia de la única revolución posible para que
el hombre se encuentre a sí mismo. Y no sólo porque
el mandamiento de amar a nuestros semejantes como a nosotros
mismo así lo guía, sino porque cualquier otro
camino distinto al amor le condena al ostracismo dentro de
sí. No es posible la vida en familia, sociedad, en
comunidad sin la existencia y vigencia del amor.

Cuando afirmo que no es posible la vida sin el amor, me
refiero no a la cohabitación bajo un mismo techo, lo que
ya es un problema en sí, sino al oxigeno que le
proporciona a la vida misma el amor.

Así como Dios es amor, la familia es igualmente
amor. Ese núcleo jamás podrá existir
ciertamente sin la presencia de ese bien inconmensurable que nace
de nuestras entrañas.

Pienso, y así se los trasmito, que la familia
será la responsable por el futuro de la humanidad. Si se
avizoran nuevos y positivos tiempos para la raza humana, esa
esperanza tiene, como signo de los tiempos, su asiento en la
familia. No importa cual complicada sea su situación
actual, sin ella la humanidad no tiene futuro.

-Centra usted en la familia el amor de manera
categórica y le confiere a ese núcleo el futuro de
la humanidad, pero, ¿no es una exageración afirmar
tal cosa con la crisis de valores que amenaza a la
familia?

-Por eso que usted afirma es que hago responsable a la
familia del futuro de la humanidad, y cuando hablo de la
humanidad por supuesto que me estoy refiriendo al hombre como
criatura humana y social, no al despojo que quedaría de
él si se llegaré a la involución de una
nueva raza de nómadas.

La familia tiene un rol indiscutible e indiscutido en la
indisolubilidad de la raza humana, porque ella, como
ningún otro núcleo social, posee el don de la
consaguinidad y la herencia genética que confiere, ante
todo, identificación. No hablo aquí de una o de un
millón de familias, hablo de toda una inmensa
mayorías de familias que saben y valoran estos principios
naturales que le sustenta.

Si por una lamentable equivocación la familia
yerra el camino y su existencia se desvanece, también la
humanidad se hundirá en la más negra de sus noches;
nada comparable con el desastre natural o provocado que haya
existido jamás. Tal vez, por su característica
apocalíptica, sólo el Diluvio Universal que narra
la Biblia, sería comparable con la liquidación de
la familia.

Siempre he estado identificado con la opinión de
lo perfectible, y con relación al hombre con lo inacabado
de su naturaleza. Por eso es que el pulimento se hace necesario
en el diamante crudo, sin ese cambio su belleza
continuaría escondida tras su simple figura mineral.
Así el hombre ha tenido que soportar talladuras que lo han
ido sacando de su rusticidad, y elevando su valor como preciosa
gema de la creación.

Ciertamente la familia enfrenta en la actualidad duras
pruebas, pero ellas serán, eso espero, para el trabajo del
exfoliador experto la más retadora tarea que se le hubiere
asignado. Ese tallador no es otro que el hombre mismo, quien no
tiene la posibilidad de esquivar la responsabilidad.

Nosotros, creyentes o no; humanistas; políticos;
científicos y fundamentalmente los hombres comunes, somos
los encargados de inyectarle a la familia su alto sentido
existencial dentro de la raza humana. Recuperar, no me gusta el
término por no considerarla perdida, a la familia es el
más grande reto del hombre civilizado.

"No nos hacemos ilusiones. No esperemos milagros.
Hacemos juntos el largo camino" (Phil Bosmans) O pereceremos
más temprano que tarde.

Pero tampoco está solo en la gesta el hombre, nos
acompaña miles de años de historia, aquello que le
asignamos el sobrenombre de "experiencia"; sin olvidar,
principalmente, el deseo de hacer las cosas cada día mejor
dentro de la perfectibilidad.

Allí donde exista una familia bien avenida y con
raíces de amor auténtico, está el futuro de
la humanidad, no importa cuantos fracasos se den, serán
los que tengan que ser, pero los éxitos llegan para
quedarse y hacer esa nueva historia marcada por la llegada del
hombre genuino y debidamente esculpido.

El amor no es un trasatlántico, pero en él
cabemos todos los hombres de buena voluntad que empeñados
trasmontemos los más fieros océanos y procelosos
mares tras la conquista de esa tierra prometida, cual no es otra
que la preponderancia del amor.

Sabemos que el amor tiene enemigos acérrimos y
ellos están dentro del corazón del hombre que se
niega a reconocerlo como su Excelencia. Ojalá podamos muy
pronto ser propagadores de ese sublime sentimiento humano, y
olvidemos la vergüenza de reconocerle su predominio y
rectoría en la vida del hombre.

El amor
propio

Muchas son las razones para que le dediquemos tiempo a
este aspecto de nuestras vidas, ya que no gratuitamente se afirma
que "debemos amar a nuestro semejante como a nosotros
mismos"

Por esto voy a sugerir algunos aspectos guías que
nos permitan manejar el asunto con alguna propiedad

  • 1. Ser nosotros mismos: Nada ni nadie
    puede modificar esta primera condicionante que nos imprime un
    sello particular, por lo que debemos aprender a aceptarnos
    tal como somos, aunque muchos nos dirán que como seres
    imperfectos e inacabados que somos, estamos supeditados al
    logro de la perfectibilidad. Con eso estoy de acuerdo y me
    identifico. Pero, no se trata de ser nosotros mismos para
    detenernos en el crecimiento espiritual y material, no, se
    trata de aceptar aquello que no podemos cambiar y transformar
    lo que sí podemos.

¿Hasta dónde podemos afirmar que la
personalidad es genética, y hasta dónde negar tal
especie? Cruzar esa barrera, en lo personal, sólo le
corresponde a cada individuo, pero la ciencia puede acercarse a
ciertas definiciones que concretaría tal especie,
dándonos cierta certeza en una dirección u
otra.

Aquí lo que nos interesa, por lo pronto, es dejar
asentado el elemento que nos permita ser nosotros mismos. Cada
uno de nosotros buscará otras fuentes que nos ayude a
despejar la incógnita de la superación
personal.

  • 2. Buscar en nuestro interior: Pareciera
    ser lo mismo que lo anteriormente expuesto, y así lo
    es en cierto sentido. Se trata de seguir la
    orientación que nace de nosotros mismos, para lograr
    determinadas metas. Si nos preparamos intelectual, espiritual
    y emocionalmente tenemos los pilares fundacionales para
    erigir un magnifico edificio antisísmico. Lo que nos
    deja poco para pulimentar con las influencias
    foráneas, cuestión ésta muy buena pues
    nos aleja de ser influenciados por personalidades en general
    poco edificantes. Sin embargo, estamos obligados a leer en el
    libro de la vida, esa vida construida por muchos seres que
    nos antecedieron y dejaron bagaje de conocimientos y
    experiencias que bajo ninguna circunstancia podemos
    relegar

  • 3. El crecimiento que nace desde nuestro
    interior tiene exquisitas formas de manifestarse,
    dejándonos placenteramente entregados a un juego
    personal pletórico de rectificaciones que sólo
    nosotros conocemos. Eso evita explicaciones que pudieran ser
    comprometedoras en su momento. Sin duda que al crecer como
    personas no lo hacemos fuera del contexto de nuestras vidas,
    sino rodeados de ese mundo que nos es especialmente
    íntimo. Ese crecimiento adelantado en el seno de
    nuestra pareja y con nuestra familia toda, considerado por
    muchos como una invención o intención
    literaria, no es un virtualismo metafísico sino una
    realidad que debemos surcan con seguridad y decisión.
    Pero, ¿es que acaso podemos aspirar menos?
    Tenía un amigo que solía decirme,
    refiriéndose a los anhelos personales, algo que se me
    quedó grabado para siempre: Si vamos a ser pobres para
    aspirar, entonces si que estamos muy, pero muy
    mal.

  • 4. Aceptar lo tenido: Querer y tener no
    siempre se corresponden, dejando espacios que pudieran ser
    frustrantes. Fíjate que digo pudiera ser
    desilusionante, no que lo es, porque dependiendo del
    cómo lo veo y cómo lo acepto, el querer y
    lograr tener lo veremos sin traumas. Aceptar lo tenido en
    ningún modo puede ser tildado de conformismo, sino de
    una posición inteligente que nos ayuda a permanecer
    con los pies sobre la tierra. No digo que el soñar
    tenga algo particularmente dañino en sí mismo,
    pero los sueños deben tener una mínima dosis de
    probabilidad para que entren en nuestras vidas. Soñar
    tener un yate o un avión propio, cuando para ello
    habría que realizar inversiones inalcanzables para
    nuestra situación financiera, no puede de modo alguno
    ser considerado como una meta sino como un auténtico
    sueño, pues las posibilidades de lograrlo no dependen
    de nuestro talante, sino de un golpe de suerte que nos ponga
    al alcance de una inversión de tal naturaleza. Si
    embargo, debo acotar a riesgo de ser tildado de
    contradictorio, que sin empeño personal las metas
    jamás llegara, no sólo las alcanzables sino las
    inalcanzables. Querer es poder, se afirma un tanto
    publicitariamente, pero ese querer tiene que ir
    acompañado del hacer para que llegue ese poder
    tener.

  • 5. Ser feliz: La conquista de la
    felicidad es un condicionante de nuestra vida, pues vivimos
    en una constante búsqueda de ella sin darnos cuenta
    que la felicidad se logra segundo a segundo. Esto es, la
    felicidad no es una meta sino un modo de vivir. Si esperamos
    para ser feliz tener todo lo que ambicionamos, muy
    probablemente jamás nos sentiremos felices. Incluso
    existen logros que nos proporcionan felicidad
    momentánea, y pasado el momento se esfuma. Pero nos
    permitió vivir momentos de felicidad, lo que debe ser
    un poco el norte de nuestra conducta. No te limites en ella
    ni le niegues su posibilidad, sólo así
    sabrás que la felicidad existe para todos y para
    siempre. Habrá que hacer ajustes y modificaciones en
    la justicia, pero te puedo asegurar que la felicidad
    está al alcance de todos.

  • 6. Conservar la vida: Este es el punto
    de partida para toda obtención, y hasta los animales
    irracionales poseen el instinto de conservación de la
    vida. Pero, aún cuando nos suene extraño, el
    hombre desvirtúa en muchas ocasiones con su conducta
    este principio fundamental, incluso atenta contra su propia
    existencia logrando terminar con su vida. No es que sea
    fácil o difícil conservar la vida, la
    cuestión es más trascendental, pues estamos en
    el deber de conservarla a toda costa. Cierto es que toda vida
    tiene un final natural, empero ese tiempo no definido por
    nosotros deberá cumplirse, y sólo será
    así cuando se haya de cumplir. Es un tiempo exacto y
    no prorrogable. Hasta ese momento, no conocido, estamos en la
    obligación de mantenernos vigilantes y
    empeñados en conservar la vida. Claro que llegado el
    momento nada puede hacerse, pero, ¿cuándo es el
    momento? Como no podemos responder a esta interrogante
    debemos estar dispuestos en todo momento a la
    conservación de la vida. Aquí tengo que
    referirme incuestionablemente al hecho de que la
    conservación de la vida propia parte por el respeto
    que le debemos a la vida ajena. Es punto de partida, es
    invalorable para que tengamos una filosofía
    conservacionista sobre todo tipo de vida en la tierra. El
    cuido de nuestra vida tiene una raigambre indiscutida en el
    velar por la calidad de vida, que también nos indica
    esa necesidad de ser servidores y conductores de mejor vida.
    Estamos en el deber de hacernos una calidad de vida que sea
    producto de nuestro amor por la vida misma.

  • 7. Hay que aprender a vivir: Saber vivir
    es un aprendizaje y la escuela es la vida misma. Aprendemos a
    hablar porque copiamos de otros la forma de hacerlo y,
    entonces ¿por qué no imitar las conductas de
    los triunfadores? Formarnos profesionalmente es la
    herramienta que nos va a servir para desarrollarnos. Esa
    formación o instrucción puede ser
    académica o no, pues lo importante es saber usar la
    herramienta adecuada para cada momento. Desarrollar la
    inteligencia está demostrado es una cuestión de
    técnica, por lo que podemos afirmar que el desarrollo
    está al alcance de todos.

  • 8. Admitir incumbencias: La mente debe
    estar siempre ocupada, nunca dejarla divagar o perderse en
    quietudes enfermizas o posiciones alienantes, ya que
    dominarla debe ser nuestra meta. Hacer lo bueno que quiero y
    evitar lo malo que no quiero, nos puede permitir una vida sin
    remordimientos o sufrimientos por penitencias o castigos que
    nos infringimos inclementemente. Esa responsabilidad, sobre
    muchas, nos debe señalar indeleblemente y habremos
    ganado el 99% de una buena y placentera vida. Ser responsable
    es una actitud, lo que viene después es fácil,
    y nunca olvidar que lo que a mí me incumbe a mí
    me concierne, no puedo soslayar nada que sea propio de mi
    obligación.

  • 9. Ganar tiempo: "Mi mascota el tiempo"
    es un libro que actualmente tengo en preparación, y
    aún cuando encierra pretensiones de ser un texto
    dedicado a los gerentes, en él, como en todas mis
    obras, se mantiene el humanismo sobre el
    mecanicismo.

Al explorar ese tiempo expreso

Para muchos el tiempo es un dictador, para otros la vida
misma y hay quienes piensan que es un recurso escaso.

El tiempo, llamado "el padre", es una simbiosis de
particularidades que combina acciones que producen efectos. Por
lo que a todo ritmo nos"impone" pautas; por lo que es vida e
igualmente un recurso.

El tiempo es una de las dimensiones cardinales del mundo
físico, igual que la extensión y el volumen por lo
que fueron, son y serán compañeros del hombre
mientras éste exista como ente físico.

Como es un recurso escaso su administración se
hace imperativa para que su rendimiento sea acabado, optimizado
y, como quiera que en su dimensión nos movemos, resulta
incuestionable su medición en términos de
actividades programables.

El tiempo no excusa ni exime equívocos, ya que a
corrección del tiempo perdido supone la utilización
de otro tiempo que logre con eficacia el objeto o fin, es este
sentido es un auténtico tirano. Por lo tanto tuvo
razón Benjamín Franklin al opinar que "El tiempo es
dinero"

Para el hombre de negocio ese calificativo del tiempo le
resulta familiar, por lo que no podemos concebir al tiempo fuera
de su medición como herramienta indispensable en toda
línea de producción. La productividad se basa
precisamente en la optimización de los recursos, y siendo
el tiempo uno de ello, lo tenemos muy pendiente.

"Mi mascota el tiempo" quiere ser un compendio de
discerniendo, opiniones y enseñanzas sobre el valor del
tiempo y nuestro comportamiento frente a él; así
como la forma para lograr su mejor uso. Serán, eso
sí, lineamientos generales y no fórmulas
matemáticas sobre las cuales los autores sobre temas como
la producción y la productividad han sido realmente
profusas.

La experiencia de más de treinta años
dedicados a la administración de empresas, se verá
aquí volcada como una reseña y una filosofía
que han sido norte en mi vida profesional. Espero que de alguna
manera te proporcione herramientas y conocimientos sobre un tema
que no sólo apasiona a hombres de empresa, sino a todo
aquel que se deba al tiempo. Creo que será, en tal
sentido, una obra de interés general, pues todos estamos
llamados a valorar el tiempo en su justa
dimensión.

Pero, más allá de ese tratamiento
profesional que le reconozco en la obra, el tiempo está en
nosotros siempre y en cualquier actividad o ¿somos
nosotros quienes están en el tiempo?

El tiempo, para no llamarlo eterno, es perdurable y
disponemos de él según nuestras necesidades, pero,
eso si lo usamos integralmente segundo a segundo.

Es pues el tiempo el verdadero combustible de la vida, y
aun cuando nos merezca opinión en contrario, es abundante.
Lo que ha sucedido es que para mayor comodidad lo hemos
fraccionado, utilizando cada fracción para una determinada
actividad. En oportunidades no nos "alcanza" para realizarnos
integralmente.

Expone usted el tema del amor propio muy
acertadamente, y nos recuerda el deber de amarnos primero para
dar amor, pero, ¿es que amarnos y valorarnos en este caso
son sinónimos?

Sin duda alguna. En oportunidades oímos hablar
sobre ese o aquella persona de quien se dice que "tiene peso
específico", lo que concluye que no requieren de flores u
ornamentos para con sus facultades intelectuales, físicas,
mentales o simplemente vivénciales. Quienes así
estén formados no sólo tienen el aval del
éxito alcanzado en el desarrollo de sus vidas, sino que
proyectan un sentido e imagen que son dignos de imitar.
Cultivarnos forma parte indisoluble para que esa
valorización sea apreciada. No hablo sólo
aquí de un cultivar intelectual, sino en todos los
órdenes de la vida. No importa cual sea nuestra
profesión o campo de trabajo, lo importante es que
cualquier tarea la hagamos óptimamente.

Pensemos por un instante en nuestra descendencia y
observemos cómo fueron moldeados, al menos en nuestros
anhelos, y cuán satisfactorio nos resulta haber asumido
tal responsabilidad con ahínco y constancia. Nosotros
aportamos nuestro esfuerzo en diversidad de términos para
que los resultados fuesen de provecho, incluyendo por supuesto
los valores morales, éticos, y para muchos hasta
religiosos.

Cuando por alguna razón nos extraviamos del rumbo
que hemos venido trajinando por años y la vida nos resulta
poco provechosa en términos gananciales, decimos que hemos
perdido autoestima y pareciera que la valorización
personal la hubiésemos dejado a un lado para abandonarnos
mucho o poco en dimensiones no edificantes. Esas situaciones
vulneran nuestra valorización y anteponen aspectos
negativos que nos hacen daño.

Esa autoestima que es incuestionable blasón para
la defensa de la vida toda, es de una singularidad tal que su
rescate debe ser inmediato. Estimarnos y amarnos en el justo
término es una ejercitación tan insustituible como
el respirar, beber y comer.

Valor es sinónimo de los sustantivos alcance y
alcanzar, que significan vencer, lograr una meta o cristalizar
una idea. El modelo que tengo de valorización presupone
triunfo o cometido agenciado y obtenido.

Si yo valoro como un logro lo que acierto proyectar, el
modelo deja de ser modelo para convertirse en éxito, y
éxito es en definitiva lo que abona mi autoestima; por lo
que mi amor propio crecerá como los talentos de los
criados que invirtieron el capital dado en préstamo. Ese
talento no puedo enterrarlo por miedo a que me lo roben, pues
allí bajo tierra puede ser pasto de los
gusanos.

Debemos atrevernos y ser irreverente con las
incógnitas planteadas, por lo que sin miedo hemos de ir
por el bosque aunque la oscuridad nos aconseje prudencia, pues
ésta no significa insensatez sino debido aprovisionamiento
de audacia y acometividad.

Con constancia frente a la vida lograremos conquista y
provecho para nuestra formación, así como
valorización de nuestra personalidad. Nosotros como
personas nos debemos respeto, y ello sin falsas ponderaciones
será la resultante de nuestro empeño. No importa
cuan grande sea la meta, lo importante es lanzarnos al camino.
Recordemos a Machado: Caminante no hay camino, se hace camino al
andar.

Amor, alegría
y sufrimiento

El amor debe traducir alegría, si no algo
está fallando en la relación que no permite un
afecto placentero y gratificante. Nada que hagamos bajo la
ausencia de la alegría podrá jamás ser
gratificante.

Nada nos debe impedir ver la vida con alegría,
aun en las situaciones más terribles, el ser humano debe
permanecer alegre. Ojo, no digo que tenemos que estar eternamente
alborotados y bullangueros, lo que no es malo, porque asumimos
que existen situaciones duras en la vida que nos borran la
sonrisa de nuestro rostro, pero ellas en nuestro ánimo
deben ser pasajeras, como pasajera es la vida misma.

Contra la alegría existen muchos conspiradores
cuyo objetivo es destruirla, uno de ellos es el mal humor, la
falta de gracia, la falta de jovialidad y el mal genio,
sólo por nombrar algunos de ellos.

Personalmente en ocasiones e intentado reírme de
todo lo que me inspire tristeza, pesimismo, abatimiento; claro
que no siempre lo he logrado, pero no deja de ser un buen
método. Sin embargo, tenemos que estar concientes de
aquellas situaciones donde nuestra vitalidad es puesta a prueba,
siendo éstas las que ameritan verdadero análisis de
nuestra parte. Pienso, por otra parte, que dentro de lo malo
siempre hay situaciones peores que pudieran ocurrir.

Por ejemplo, en un accidente de tránsito perecen
los padres, dejando tres niños huérfanos.¿
Podemos saber con certeza si lo malo es que murieran los padres o
lo peor es que los niños queden huérfanos? Como
vemos una situación es consecuencia ineludible de la otra,
por lo que siendo malas las consecuencias lo peor es la
pérdida de los progenitores.

Cotidianamente digo frente a acontecimientos inesperados
y dolorosos, pero de poca monta, que tal vez algo peor se frustro
en el hecho venial acontecido. No es que busquemos sedar las
aflicciones, sino que las asumamos con el debido tenor, sin
minimizarlas, pero tampoco magnificándolas. Dar el justo
valor a los acontecimientos nos permite "sobrellevarlos" en su
justa dimensión, sin gastar energías en lo que no
debemos. Nada más serio que la vida, veámosla con
alegría y disfrutemos su tiempo irrepetible.

¿Comparte usted el criterio que la
alegría es gratuita?

¿Nos cobran los pájaros por su canto, los
árboles silvestres por sus frutos, las plantas
ornamentales por sus flores y ornamentos? ¿Se nos cobra el
aire que respiramos? Cómo, entonces, cobrar la
alegría que proporcionamos y pagar la que se nos
proporciona. Definitivamente la alegría es un donativo, un
don, se nos da y damos bondadosamente, sin esperar nada a
cambio.

Hay quienes opinan que somos hijos de las circunstancias
y como tales debe ser nuestra actitud frente a la vida, yo creo
que somos hacedores de vida y no una consecuencia de ella. Somos
imagen y semejanza de un Creador, no de un administrador de la
vida, por lo que se nos permite moldear las circunstancias y no
permitir jamás que ellas nos moldeen a nosotros. De otra
manera, quiero que se me responda ¿Cómo superar esa
circunstancia si no logramos dominarlas?

La gratuidad de la alegría es lo que permite
sonreírle a un desconocido, atender desinteresadamente a
un semejante, cobijar a un huérfano o a un mendigo. Amar a
quien no conocemos y, peor aun, a quien nos adversa o nos hiere;
es ver la vida con alegría, una alegría que, para
muchos, pudiera serles difícilmente aceptada. Y conste que
no estoy hablando de heroísmos ni de sacrificios, estoy
simplemente hablando de la alegría, algo sencillo y
deseable.

Al antónimo de la alegría es la tristeza,
situación que tratamos o, por lo menos, deberías
tratar de evitar a todo evento. Si no lo hacemos así
cómo podemos entender vivir en un mundo feliz. El amor es
alegría, si no entendemos esto los momentos de felicidad
se nos escaparán.

Hoy, hay que admitirlo, la sonrisa no es tan
común como lo era antes, pero cuando en nuestras vidas la
encontramos espontáneamente en alguien, ello me hace
feliz. Los adustos parecieran que les están ganando
terreno a los a amables. La querella embiste a la concordia; se
hace la guerra, porque hay que buscar la paz, lo que es una
mentira sólo sostenible por temerarios e insolentes
enemigos del bien universal: su excelencia el amor.

Se puede decir o hablar en nombre de la diversidad de
culturas, donde todo no suena igual, pero, preguntémonos
¿es distinto el dolor para los musulmanes, que para los
cristianos? ¿Para el hombre que todavía vive en una
caverna, que para quien vive en un lujoso habitad o en una
moderna ciudad? Honestamente creo que el dolor, al menos el
físico, es igual para todo ser vivo, incluyendo el hombre.
Y perdonen la ironía, pero es que duele pensar y admitir
que pudiera ser considerado, hasta en este punto, al hombre como
desigual por consideraciones económicas, culturales,
religiosas o de cualquier otra índole que segregue al
semejante.

Me niego concluyentemente aceptar que el hombre
está en este mundo destinado para el sufrimiento, y menos
admito que el sufrimiento es la "carta aval" para ganarnos la
vida eterna, ofrecimiento gratuito que nos viene dado por nuestro
Padre bueno, Creador de todo lo excelente y admirable.

El sufrimiento es hechura del hombre, él es
responsable de esa crueldad y de esa estupidez. Por nada en el
mundo acepto que las calamidades, tanto natural como provocadas,
que viene siendo casi lo mismo, son castigos de un dios que nos
quiere, ese dios no es mi Dios. Admitir pues nuestra culpa en
este sentido es el paso fundamental para que podamos acabar con
el sufrimiento humano.

Revisar nuestra falta de amor para con el semejante,
factum inaplazable, es examinar el sufrimiento mismo de los seres
humanos condenados al hambre, a la inopia, al escarnio, al
abandono, al pecado, y por ende a la muerte prematura.

Corregir nuestra falta de amor frente al adversario
político; frente a quien no piensa ni comparte nuestra fe
religiosa igual o sostiene su agnóstica postura, es una
cuestión que el hombre no puede ni debe retardar su
inicio.

El hombre posee todo para convertir la vida en
felicidad, en dicha, en holgura, en certidumbre y, finalmente, en
gloria eterna.

El castigo, que como ya he afirmado no nos viene del
Padre, nos lo infiere de manera vil nuestro egoísmo, y por
eso que llamamos carácter, y que nos empeñamos en
blandir con aquel "yo soy así" El ser así no nos
autoriza para despreciar, para teñir de negro los
días de mi familia o de mis amigos, o para amargarle la
existencia a los hijos o a cualquier desconocido que tenga la
suficiente desgracia de toparse inadvertidamente con nuestra
personalidad extraviada de la buena conducta societaria y
cristiana.

El hombre con su desidia ha permitido que se originen
enfermedades, epidemias, endemias y, peor aun, ya vencidas por
medio de su avanzada ciencia inspirada por Dios, permite su
regreso en nombre de la insensata mezquindad y desprecio por el
hombre mismo. Ha llegado al colmo de fabricar armas que envenenan
el aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que
comemos. ¿Es tal horror creíble? ¿Es acaso
aceptable?

¿En nombre de cuál dios, tótem,
ideología política, filosofía o misteriosa
deidad se puede someter al hombre en su libertad, y sobre todo
negarle su condición de privilegiado de la
tierra?

Y esta no es sólo una crítica al
cosmopoliticismo violento de los fanáticos que ven en la
política un medio de venganza social; ello va
también con quienes revestidos de alguna autoridad ven en
su correligionario o hermano un ser inferior por ser menos
cultivado que ellos. Cuidado especialmente con esta última
conducta, porque ella está corroyendo desvergonzadamente
la fe de los más humildes, preferidos del Señor,
nuestro Dios.

Nuestra sabiduría, si así puede llamarse
la ventaja cultural y académica que podamos tener, no es
una patente de corzo que nos autoriza destruir a los
demás; a ver en ellos personas disminuidas o atrasadas.
Esto no es así de ninguna manera. Los conocimientos
adquiridos en la forja de la vida nos permite ver con relativa
mejor claridad algunos elementos que sustentan cuestiones vitales
en el desarrollo del hombre, pero de ninguna manera es pasaporte
para cruzar cualquier frontera, con la innoble tarea de subyugar
al ser libre, y me refiero al yugo tanto material como
espiritual.

Cuando hablamos de sufrimiento estamos hablando de
condicionantes; de conductas atávicas que suprimen
voluntades y minimizan prosperidad, desenvolvimiento y
evolucionismo. Sujetarnos a los sufrimientos es perder la vida,
permitiendo que la pesadumbre invada terrenos donde
tendría que brillar la felicidad.

El sufrimiento, por otra parte, es una refracción
negativa que alcanza un desarrollo inimaginable y contagia el
entorno. Con él hacemos padecer a la familia y a los
amigos, construyendo a mí alrededor una atmósfera
nociva que aleja no solamente a la gente, sino a los
éxitos que debemos de manera "normal" alcanzar. No estoy
aquí hablando de esoterismo, sino de una verdad que
está al alcance de todos. Actitud mental positiva, que no
es otra cosa que la fe, es el primer paso que nos libera del
sufrimiento, y con valor hacerle frente a los conflictos
inevitables por nuestra propia condición de
imperfección. Aquí el amor que recibimos,
así como el que retribuimos, es vital para limpiar la
negatividad propagada.

El temor y el sufrimiento van de la mano, parecieran
padre e hijo empeñados en un sendero amargo y quebrajoso.
Pues bien, ambos no tienen la más mínima
oportunidad frente a la decisión de verlos pasar por
nuestras vidas como saetas que no detienen su tránsito.
Sabiduría es afilar el hacha roma, como sabiduría
es también mantenerla preparada para cortar las plantas
parasitarias que quieren invadir nuestro sistema vital. No le des
oportunidad al sufrimiento, es un pesado que no vale la pena
conocer. Y si llegamos por error a conocerlo, lo despediremos
raudo por pestilente.

Cuando habla de sufrimiento envuelve usted la
solución en amor y sabiduría, incluso utiliza el
hacha para talarlo ¿acaso es posible por nuestra sola
voluntad erradicar el sufrimiento?

El sufrimiento es una especie de demonio, pero no un
demonio surgido de las oscuras profundidades azufradas del
infierno. El sufrimiento es una creación del hombre, tal
como lo apunté, y lo mantenemos gracias a la actitud
mental negativa que asumimos frente a las dificultades que de
seguros tenemos que resolver. Aquí podemos recordar lo que
Jesús nos enseñó: Hombre de poca fe, por que
dudáis

William Parker y Elaine St. Johns en su libro "La
oración en la psicoterapia" nos hablan de los cuatro
demonios que son los principales agitadores del inconsciente
personal. El temor, la culpabilidad, los sentimientos inferiores
y el odio; en resumen: El sufrimiento. Todos y cada uno de estos
"demonios" nos llevan directamente al agotamiento, al aislamiento
y a la muerte espiritual, mental y física.

El hacha es un simbolismo necesario para expresar
nuestra decisión de no permitir que esa planta
parásita -el sufrimiento- invada nuestro roble fuerte y
erguido. Ninguna otra voluntad, distinta a la nuestra,
será capaz de erradicar estos demonios que nacen en
nuestra interioridad mental.

Si somos temerosos no podremos jamás enfrentar
cara a cara el problema y nos alejaremos de la solución.
Si la culpabilidad nos hace prisionero, nunca aparecerá el
perdón hacia nosotros, y mucho menos hacia nuestros
semejantes. Si el complejo de inferioridad nos invade, seremos un
fracaso inevitable, pues nadie que se sienta inferior
podrá nunca hacerle frente a detractores y sanguijuelas
que nos devoran vivos. Si permitimos que el odio (amor
extraviado) tome nuestros sentimientos, habremos dados el paso
decisivo para que nunca jamás tengamos paz en nuestros
corazones, en nuestras vidas. Habremos terminado en un fracaso
absoluto.

Pero quiero por último decirles algo vital: Si
somos capaces de perdonar habremos logrado el 99% del
éxito en la vida, pues el 1% restante lo representa: el
olvidar. Utiliza estas dos herramientas, y la magia de la
prosperidad, la alegría y el amor invadirán tu
existencia.

No olvides que el amor sólo será en ti,
mientras esté vivo en los semejantes. Amarnos los unos a
los otros es la clave. ¿Cómo hacerlo? Simplemente
amando.

Bien-hacer

Lo contrario del sufrimiento sería el bienestar,
que es algo así como el bien- hacer.

Si reconozco en mí la voluntad creadora de un ser
superior ¿por qué soy tan incompleto para ejecutar
bien lo que quiero hacer bien, y no hacer mal lo que quiero hacer
bien? No, no es un trabalenguas, es el reconocimiento a mi propia
torpeza de no usar la herramienta del bien-hacer, porque
potenciar mis cualidades bienhechoras me permitiría
doblegar el egoísmo, fuente que alimenta toda
limitación humana y, posiblemente, responsable de incubar
el mal-hacer.

Ese bien-estar producto del bien-hacer, contrarios al
mal-hacer y al sufrimiento nos provoca una condición de
gozo que induce satisfacción y plenitud de
vida.

Tropiezos, claro que tendremos tropiezos; dificultades,
claro que las habrá; contratiempos, estarán a la
orden del día, pero ellos no serán más que
barreras que saltar, obstáculos frente a los cuales
debemos estar preparados y entrenados para vencerlos o,
¿son imposibles por lograr?

Tu y yo sabemos -lo hemos hecho- que la vida es de esa
manera, los escollos serán más o menos fuertes,
pero allí estarán como para probarnos en nuestra
voluntad y coraje; la consigna es vencer, nunca
fracasar.

Si somos capaces de acometer tareas con diferentes
grados de complicaciones, nos iremos acostumbrando a ellas y
también a las soluciones.

Yo no tenía ni idea de cómo reparar un
conmutador de electricidad -los llamados "ticinos" (por su
marca)- pero cuando abrí uno y me enteré de su
mecanismo, entonces guardé los que se dañaban hasta
que pude armar (reparar) uno con las piezas buenas de otros. Ya
nunca más los desecharé de buenas a primeras, sino
que los examinaré y guardaré aquellas piezas que
estén en buenas condiciones.

Cuando me di cuenta que mi carácter era el
culpable de ciertos fracasos en mi vida, me propuse ser menos
iracundo y más moderado. No digo que ha sido fácil,
pero le estoy haciendo la lucha. Pudiera decir que acometer un
cambio de carácter en una escala de complicación
que iría del 1 al 10, se ganaría fácilmente
un grado 8.

Pensé que era hasta divertido ir revisando la
vida desde un atalaya graduado por espacios establecidos: No
contestar una ofensa sería de una complicación
grado3; mientras que pedir perdón por algo más o
menos grave se tropezaría con una complicación
grado 5, y así sucesivamente. Claro que esta
graduación es totalmente arbitraria, personal y aleatoria,
por lo que no pretende ser científica, pero sí de
utilidad para tener una escala de valores que me indique
cuánto "sacrificio" me costará el lograr un
mejor-hacer o un definitivo bien-hacer. Pienso que cada uno de
nosotros puede tener su propia tabla e ir aplicándola como
una herramienta de superación.

Inventariar los acontecimientos importantes de la vida,
lo que tiene su desagrado pero también satisfacciones, nos
ofrece la ventaja de modificar conductas. Porque así como
tenemos malos hábitos, éstos pueden ser sustituidas
por buenos, más nunca a la inversa.

Debemos a toda costa evitar los círculos
viciosos, como por ejemplo solventar violencia con violencia;
ofensa con ofensa: ojo por ojo y diente por diente (la famosa ley
del talión) Nunca una actitud negativa como las
mencionadas, me dará la satisfacción de un
bien-hacer, sino el sabor amargo de un muy mal-hacer.

Las particularidades mencionadas, tales como tabla de
valores; modificación de hábitos, evitar
círculos viciosos, etc., los menciona usted como
herramientas para un bien-hacer ¿No son estos elementos
formativos de nuestra personalidad? Y, ¿Qué hacer
si no podemos lograr que los otros modifiquen, al igual que
nosotros, el carácter, los malos hábitos, las
acciones abusivas, etc.?

Estupenda pregunta que me facilita el camino para ser
más exacto y prolongado con este tema del
bien-hacer.

La personalidad es el universalismo más usado por
el hombre para justificarse o, mejor, para permitirse el "lujo"
de hacer lo que a bien le venga en gana…

Así podemos distinguir al menos tres "variedades"
de personas cuyas características cognoscitivas,
afectivas, volitivas y físicas desarrollan un determinado
patrón de conducta que les permite distinguirse uno del
otro. El introvertido es egocéntrico y aislado; el
extrovertido es participativo y sociable y el de doble
personalidad
que se debate entre dos aguas. Claro que a esta
opinión no le anima la más mínima
pretensión científica, pero nos ayuda en la tarea
de demostrar que el hombre manipula su accionar social bajo la
conducta de una supuesta o auténtica personalidad que lo
marca como persona.

No pongo en duda que los rasgos de conducta son
determinantes en los ajustes sociales del individuo, pero ello,
sin embargo, nos debe conducir con sumo cuidado al conocimiento
de ciertas conductas manipuladoras de quienes valiéndose
de tales características pretenden sacar ventaja, bien
haciéndose la víctima, o los muy simpáticos
que no vuelan por no enredarse con los cables.

Cuando desarrollamos conductas dentro de los rangos de
normal aceptación social, nuestra vida debe discurrir en
un bien-hacer poco discutible, diría, de asentimiento
general. Sabemos que lo "normal" puede ser cuestionable
según el criterio que se quiera aplicar. Pero, y sin
adentrarnos en una poco edificante controversia, tomaremos como
normal todo aquello que se ajusta a ciertas pautas fijadas de
antemano, algo así como las "reglas del juego" que debemos
aceptar y cumplir si queremos "jugar"

Nosotros aportamos, por lo tanto, nuestra presencia
dentro del ámbito societario y allí intercambiamos
prácticas que conllevan aptitudes y actitudes que generan
acciones de un bien-hacer o de un mal-hacer. El acierto positivo
o negativo dependerá de cómo y por qué
ejecutamos dichas acciones, así como de qué manera
serán recibidas, aceptados o rechazadas de acuerdo a lo
bueno o malo de su contenido, y según la
apreciación de quienes la reciban. Dicho de tal manera
pareciera más complicado de lo que es en realidad, ya que
la mayoría de nuestras acciones comportan situaciones
llamadas rutinarias que cumplen cometidos ya
previstos.

Por ejemplo, al adquirir un bien o servicio lo previsto
es que se cancele el valor o monto pactado o sugerido por la
contraparte. Aquí no cabe la menor duda de cual es la
conducta de los dos actores, y ambos están cumpliendo su
rol de bien-hacer. Pero cuando se trata sobre el decidir la
compra de un bien mayor, por ejemplo una vivienda, es obvio que
habremos de analizar el tema de manera concienzuda con nuestra
pareja, con la finalidad de lograr una decisión
consensuada. Si logramos ponernos de acuerdo estaremos ejecutando
una acción de bien-hacer, pero si alguien impone su
criterio estaría sumergido en una acción de
mal-hacer, sobre lo cual tendrá, posiblemente, que rendir
cuenta más tarde.

El bien-hacer que tiene repercusión debe ser
ejecutado la mayoría de las veces en consenso con diversos
actores, pues al estar condicionando intereses estaremos
decidiendo por otros, y estas acciones no son nada fáciles
a menos que sean consensuadas. Existe la posibilidad, sin
embargo, que nuestra decisión sea absoluta y personal dada
la característica que le envuelve y su
no-afectación de terceros.

Nosotros no podemos empeñarnos y mucho menos
intentar presionar para que los demás cambien de
carácter o logren imponer buenos hábitos sobre los
malos. Bástanos con que cambiemos nosotros. Quizás
los demás nos sigan o nos copien.

Al afirmar lo anterior tendríamos que asumir de
manera personal esta recomendación para que cada cual
juegue su rol y el bien-hacer sea la prodigiosa conquista por un
mejor vivir y una insuperable calidad de vida.

De todas formas no debemos olvidar que la vida es
personalísima y, siendo de tal manera, así debemos
vivirla. Esta actitud no desvirtúa el carácter
societario del hombre, sino que le permite dentro del conjunto
establecerse como individuo que decide y procede según sus
propias características físicas y
psicológicas.

Educando a
papá

Los padres fueron primeros hijos para luego ser
papás.

No crean que afirmo esto con la insana intención
de fastidiarles la paciencia con una frase indiscutible, pero es
que si paseamos nuestras imprudencias por el tamiz de dos
generaciones, nos encontramos con que la experiencia vale menos
que una cuarta de café, azúcar o leche.
¿Será tal afirmación cierta?

Alguno de mis viejos amigos me narra la siguiente
anécdota.

Un joven le dice a un viejo:

-Quisiera tener la edad que tengo, pero con la
experiencia que usted tiene.

Y el viejo de contestó: ¡Serías un
desgraciado!

Quizás sería bueno preguntarnos
cuál es el significado, al menos gramatical, de eso que
conocemos (¿conocemos?) como experiencia.

>El diccionario nos indica que experiencia es la:
Enseñanza que se adquiere con la
práctica.

Al fijarnos el diccionario esta definición
nuestra mente nos lleva a los valores de: teoría y
práctica. Todos sabemos la diferencia que existe entre un
conocimiento teórico y uno práctico, y esa
diferencia es precisamente lo que marca la pauta de la
experiencia.

Constatemos con el mismo diccionario sobre el
significado de teoría: >Síntesis comprensiva
de los conocimientos que una ciencia ha obtenido en el estudio de
un determinado orden de hechos.

Si unimos ambos significados obtendríamos
más o menos la siguiente conjetura: El aprendizaje
sólo es posible bajo el conocimiento de la teoría,
una vez corroborada la misma con la práctica. ¿Por
qué tal cosa? Porque teoría no corroborada,
teoría sólo figurada. Y se preguntaran
¿qué tiene que ver todo este enredo con el amor? Y,
más todavía, con su Excelencia el Amor.

Como lo afirmara Fernando de Rojas, autor de La
Celestina, "Obras son amores, que no buenas razones", lo que nos
indica que si la tendencia hacia el amor no se pone en
práctica, el deseo de hacer el bien se quedan en
sólo "buenas razones"

La vida se construye sobre una sucesión de
hechos, donde el virtualismo es realismo y no supuestos, por lo
que ¿estaría impedido de apoyarme en bastones para
salir avanti?

Nuestro deber es construir un mundo donde el amor sea
una realidad y no un supuesto; donde las acciones, que hacen
corazones, suplanten las buenas razones, teoría de las
buenas obras.

El hombre en esta materia debe no hacer la
revolución, sino ser la revolución. En él
están cifradas todas las esperanzas que avizoran tiempos
nuevos, siempre y cuando el desierto sea sembrado y regado con
las acciones de los amores que hacen obras
inextinguibles.

El hombre se ha equivocado creyendo que debe hacer
revoluciones que cambien sistemas de gobiernos o creando nuevas
ideologías para un mundo diferente al actual. La
única revolución necesaria es aquella que entierre
al hombre viejo y permita que nazca el hombre nuevo. El amante,
el soñador, el convincente, el sabio, el hermoso, el
magnifico o sólo el hombre, aquel que fuera creado a
imagen y semejanza de Dios. Aquí quiero advertir algo.
Cuando hablo de hombre viejo no me estoy refiriendo a la edad
cronológica del individuo, sino al cúmulo de
aprendizajes y hábitos que aun perdurando en el tiempo,
señalando puntos de vistas superados o conductas antiguas
fundadas en hechos o teorías ya pasadas de moda. Es bueno
señalar, sin embargo, que lo atinente a la moral y la
ética debe verse con sumo cuidado, pues desde
Moisés a nuestros días los Diez Mandamientos tienen
una vigencia abismal frente a teorías o conductas que
rompen con la Tabla que sigue siendo un portento de ética
y moral

Este capítulo que titulé "Educando a
papá" se ajusta a una realidad desde donde debe partir esa
patria nueva que todos soñamos, aquella comparable con lo
que conocemos como "paraíso", y donde la palabra igualdad
no la conociéramos porque tampoco conoceríamos su
antónima.

Allí seríamos, y ello
bastaría y sobraría como esencia de lo que es, de
lo que queremos, de lo que tendríamos. Sólo un
comienzo si tomamos en consideración la inteligencia del
proponente.

Cabe preguntarnos a estas alturas de la
civilización (¡!) ¿Qué hemos ganado
con tanto desamor? ¿Por qué no experimentar,
entonces, con el amor?

Aquí podemos recordar lapidariamente la
literatura sapiencial: ¿Hasta cuándo, tontos, les
gustarán las tonterías? ¿Hasta cuándo
orgullosos, tendrán ganas de burlarse? Necios,
¿hasta cuándo aborrecerán la verdad? (Prob.
1,22)

Por eso, "Feliz el hombre que ha hallado la
sabiduría, dichoso el que adquiere la inteligencia" (Prob.
3,13)

Quiso hacernos ver que en el capítulo anterior
anduvo usted por las ramas, pero ninguno como en éste ha
hablado con tanta transparencia. Educando a papá sugiere
revisión ¿existe un método para revisar la
vida?

De qué vale revisar la vida si al final
continuamos siendo los mismos, ahoyando en análogos
errores y "lustrándonos" con las idénticas malas
costumbres. Al auditarnos debemos poner en blanco y negro todo lo
que de alguna manera nos cause desasosiego, culpa o
remordimiento, y tal auditoria conlleva la corrección,
pues si no lo hacemos jamás nos cuadrarán las
cuentas. Esa auditoria debe ser exhaustiva a tenor de cubrir
aquellas normas transgredidas que nos causan problemas con los
patrones de aceptación general.

Si eres católico con una buena confesión
bastaría para quedar como nuevo, sabiendo que acude a esa
reconciliación con la prelación de haber pedido
perdón al hermano que ofendí o le causé
algún daño, bien por omisión como por
acción.

Al examinarnos, si bien es cierto que debería ser
de la manera más exhaustiva como lo recomendé, no
podemos ni debemos ser severos hasta llegar a causarnos
daño. Para que funcione el perdón lo primero que
tenemos que hacer es perdonarnos; ese auto perdón y
cualquier otro significará olvido.

Nada de flagelaciones físicas ni, mucho menos,
mentales pues sólo un atrasado se le ocurriría
tales atrocidades. Les puedo asegurar que Dios no nos pide que
nos martiricemos, sino que rectifiquemos, pero que sea para
siempre.

Sabemos que las solas fuerzas personales no son
suficientes para hacer una vida apegada a la ley de Dios, por
ello tenemos a ese Hermano mayor que está presto a
tendernos la mano en auxilio, y Él quiere que le
aprovechemos es su pasión favorita, cual es,
ayudarnos

Por otra parte, la ayuda profesional jamás hay
que desdeñarla, y si es que le llegáramos a
necesitar la debemos buscar con la frente erguida, pues
jamás hemos conocido al hombre perfecto.

Un buen terapeuta está en capacidad de guiar y
convenir nuevas normas de comportamiento, ellas estudiadas logran
una "normalización" de las relaciones. Cuando utilizo el
término "normal" siempre lo ubico entrecomillado, pues lo
normal depende de muchas variables; donde estaría
implicadas características culturales, educativas,
sociales, religiosas y todo aquello consustanciado con la
personalidad y hasta con el gusto.

Revisarnos sicológicamente no necesariamente
implica alguna anomalía mental vinculada a nuestro
comportamiento, sino que estaríamos haciendo el esfuerzo
del crecimiento, y este no sólo es cultural y educativo,
sino también como persona humana.

Ahora bien, cuando nosotros tenemos la suficiente
capacidad de adaptabilidad normativa, y nuestra acción y
conducta se rigen por un modelo social, cultural o religioso, es
más sencillo concebir un hermoso trato con quien nos
rodea.

A la luz de la vida es como logramos crecimiento,
adultez e identificación con los sentimientos más
preclaros del hombre. Sólo los seres vivos son capaces de
formarse y reformarse; de desarrollarse y crecer
inconmensurablemente. La perfectibilidad, siempre lo he dicho,
está al alcance de todos y, al igual que la santidad, la
perfectibilidad es obra de vivos y no de muertos.

No es con la muerte como vamos a lograr ser santos, sino
con nuestra vida; con la vida movida hacia el servicio, pero
incuestionablemente inmaculada. Que no es fácil, eso ya lo
sabemos; que cuesta y es causa de esfuerzo, ya nos percatamos,
pero ello será difícil en la medida de nuestro
esfuerzo. Mientras veamos y vivamos la vida con sencillez,
tendremos caminos de transito fácil, y cuanto más
complicada hagamos la vida en cuanto a la búsqueda de la
verdad, más azarosa se nos hará.

Creo que la mejor manera de lograrlo es dejarnos llevar
tan mansamente como nos sea posible, sin claudicaciones ni
alienantes postraciones, pero tampoco con vanidades,
cuestionamientos a la fe y torpes enfrentamientos con los
misterios.

El velo de la ignorancia será develado, pero ello
se tomará el tiempo indicado, no más; pero tampoco
menos. Cuando un ciego de nacimiento llega a ver, le
tomará su tiempo aprender a conocer y valorar aquellas
cosas que sólo conocía por tacto o
referencia.

Hoy conocemos más de nuestra fe que hace
quinientos años, y mañana sabremos mucho más
que hoy, esto, sin embargo, no será posible si cerramos
las vías que nos llevara a la luz. Con tranquilidad y
paciencia la sabiduría se volcará sobre nosotros.
Mientras más rebeldes nos mostremos, más obtusas
serán las conclusiones de las que nos servimos o
alimentamos, puesto que ninguna rebeldía construye, sino
que destruye para luego intentar reconstruir lo que antes
destruimos, pero según nuestro conocimiento y
fuerzas.

Aprender de la vida revisándola, es tan sabio
como afilar el hacha cuando está roma.

¿Cuánto vale para ti la
vida?

Esta pregunta sólo puede tener una repuesta, y
ella la dará la lógica Aristotélica. Por lo
que arguyendo un silogismo clásico, diría que la
vida vale mientras sea vida, y ello no se refiere sólo a
la existencia animada, sino a la calidad de esa vida y su
propuesta de felicidad como fin último
transitable.

Esa vida, que la veo, siento, considero, valoro y
respeto como irrepetible, es única e inigualable, y nadie
podrá jamás vivirla por mí, pues he de
asumir esa responsabilidad desde el momento mismo que fuera
concebida.

En tales términos la vida es valorable porque le
hemos asignado valores que la dignifican y le dan propiedad
fundamental para que todo lo que nos atañe sea signo de
buena vida.

Debemos entender la vida como un tejido conectivo que
amalgama lo personal con lo social, lo transitivo con lo
conquistado, lo exitoso con el esfuerzo y la prosperidad con la
intencionalidad. De nosotros depende ese ¿cuánto
vale la vida? que propongo como enunciado. Y algo más
importante, en ocasiones de nosotros dependen también
aquellas vidas dadas a nuestro cuidado por diversas
circunstancias.

La vida es una secesión de acontecimientos que
van llenando los días de nuestra existencia, por ello es
importante que los instantes sean medidos y valorados en su
exacta dimensión. He afirmado que la felicidad no es una
meta sino un camino, de entender esto dependerá que
hayamos vivido y no simplemente vegetado. Es de importancia vital
que entendamos, así mismo, que la vida posee todo lo que
somos y el ignorar una cuestión tan significativa nos
hará ajenos a nuestra propia vida. Siendo así
¿qué caso tendría vivir sin
motivación?

Vida es actualidad pero es también futuro, y este
último está íntimamente ligado a la
esperanza de una mejor calidad de vida. Proyectar la vida con
naturalidad, pero sin descuidar detalles que pudieran
alejárnosla abruptamente. Y no me refiero sólo a la
vida física, aunque sí dentro de ella, porque me
refiero a la vida como conjunto de actos y propiedades que le dan
valor a la existencia. La palabra clave de la vida es: Luchar.
Nada será imposible si nos proponemos luchar por ello, y
aunque tropecemos mil veces, mil veces hemos de levantarnos y
continuar el camino. Con ánimo, con entusiasmo, con valor
y gallardía. Nada no hace crecer más que los
obstáculos, ellos son en muchas oportunidades el acicate
para seguir en la empinada cuesta de la vida. Nada de tristezas y
melancolía, ellas enferman la mente y una mente enferma
sucumbe más temprano que tarde. Existen opiniones que
niegan la posibilidad del colapso nervioso, sin embargo, los
acontecimientos que nos acusan estrés y presión
nerviosa invaden nuestra armonía mental, produciendo
ansiedad y depresión. Así es que si nos proponemos
una calidad de vida satisfactoria, la podemos lograr con
tenacidad y lucha.

La vida es biológica, una vez terminada la vida
biológica nada queda de esa máquina maravillosa que
es el cuerpo humano. Pero, ese cuerpo fue depositario de una alma
inmortal, de un espíritu imperecedero que alojado en
nosotros me hizo vivir la mortalidad del cuerpo junto a la
inmortalidad del alma.

¿Opina usted que la vida, privada de calidad
no vale la pena vivirla?

La vida hay que entenderla en su vitalidad, pero
también en su comodidad, lo que, sin embargo, no obsta
para denegar de ella. Es por lo que tenemos que mirar con sumo
cuidado cuando hablamos de las comodidades de la vida. La calidad
de vida no depende simplemente de que tengamos satisfechas las
condiciones mínimas, sino tener en ella el cúmulo
de satisfacciones que permitir un disfrute de lo esencial, sin
menospreciar aquellos elementos que adornan y hacen más
placentera la vida. No tenemos que despreciar lo que de alguna
manera se le llama frívolo o trivial, porque
también forma parte de la vida lo superficial. Con esto no
digo que la frivolidad es atributo de la vida, sino que con lo
frívolo o si él la vida vale la pena
vivirla.

En esta apreciación que indudablemente tiene
carácter subjetivo, se aprecia un estilo de vida que
determina necesidades y costumbres, así como aspiraciones
y metas. Los estilos de vida están subordinados a lo
cultural, a lo social y a lo económico, siendo tales
condicionantes propios de los diferentes estilos de
vida.

La salud, por ejemplo, priva enteramente sobre la
calidad de vida y es un condicionante fundamental para que vida
sea placentera. Cuando la salud se ausenta de nuestro organismo
podemos, no obstante, lograr cierta calidad de vida a
través de tratamientos farmacológicos que nos
ayudan a resolver ciertos desajustes, y de la misma manera
podemos recurrir a la psicoterapia o cualquiera otra terapia que
nos ayuda mentalmente a soportar estados privativos de una salud
integral.

Pero, algo debemos tener presente, y es que, la vida con
sus inconvenientes sólo logrará ser un tormento si
nosotros lo permitimos. Aquí es donde funciona un estado
pre-positivo ante la amenaza pre-negativa de los
acontecimientos.

La cuestión estriba en nuestra disposición
de luchar contra la negatividad de los hechos por medio de una
acción aptitudinal que marca acciones para sobreponernos a
las vicisitudes o privaciones, ya que estamos en la
obligación de buscar soluciones y nunca doblegar nuestra
voluntad ante un hecho negativo. ¿Difícil? Es
posible, pero nada ganamos si no lo intentamos. Quedarnos con los
brazos cruzados y no hacer nada dejando que el tiempo resuelva,
sólo nos traerá frustración y una carga
negativa que ensombrecerá nuestra vida.

A estas alturas del libro quiero hacerte una pregunta,
amigo lector: ¿He inventado algo nuevo para ti? O,
¿sólo me he permitido escribirte lo que ya
tú sabias? Creo honestamente que la segunda interrogante
es a la que le darás una respuesta positiva.

Y, ¿Por qué esta reflexión ahora,
en este punto del libro? Porque los temas que veremos a
continuación son esencialmente trascendentales para lograr
un crecimiento personal que tiene que ver con tu bagaje cultural
y formativo. Debes sacar de ti lo mejor para que esta "segunda"
parte del libro te sirva como conductor y consiga extraer de ti
ese extraordinario ser que eres.

Una pieza clave: El
perdón

Los seres humanos por inacabados somos erráticos,
nos equivocamos con frecuencia y somos dados a insistir sobre el
mismo error, como dicen, somos los únicos seres vivientes
que tropezados dos o más veces con la misma piedra. Pero,
y a pesar de ser así, nada nos obliga a permanecer por
mucho o todo el tiempo sobre la charca, porque los errores son
eso charcas que deben ser secadas y convertidas en tierra
fértil donde sea posible la vida
armoniosamente.

Como nuestro enfoque se basa en el amor, sería
imposible dejar de ver los errores desde ese atalaya que hoy
llamamos Su Excelencia.

El amor puede ser analizado, estudiado, investigado
desde todos los puntos de vista que se nos antoje, pero existe
uno en particular donde se siembra de manera definitiva y donde
se crece hasta el infinito, me refiero a la clave de toda
relación humana: El perdón.

Para quien quiera buscar paz verdadera y duradera, el
perdón le debe ser todo; sin él nada logramos.
Perdón y olvido son palabras inmensas que están
llenas de sublimidad, pero también de coraje; son acciones
difíciles, pero no imposibles; dejan poco margen a la
especulación y nos colocan frente a la verdad. Perdonar y
olvidar son piezas claves en las relaciones humanas, sin estas
resulta imposible vivir. El infierno de una vida dedicada al
remordimiento por nuestros errores sólo es comparable,
digo yo, al odio in calificado de un hijo. Ese remordimiento debe
dejarlo pasar; que se ocupe el tiempo que todo lo repone, como la
ola borra la figura impresa en la arena a la orilla de una playa.
Ese perdón y olvido practicado para con nosotros, ha de
ser igual magnitud para todos y hacia todos. Podemos hablar de
justicia, de sanción, pero también hemos de hablar
de perdón y olvido. Nada fatiga más que el rencor y
el recuerdo de la ofensa; nada hiere más que la
manipulación de nuestros errores para infringirnos un
castigo a destiempo o para justificar acciones
injustificables.

El gran amanecer del hombre sólo será
posible tras la forja contumaz que calque sobre su corazón
y sobre su alma la misericordia infinita de su Creador. Ese
amanecer es posible si estamos en disposición de amar, y
por lo tanto de perdonar.

Pero perdonar, que es más grande en su
dimensión humana que el olvido, será posible
siempre y cuando lo estimemos como forjador de felicidad. Es
necesario perdonar para poder ser dignos de pertenecer a la
sociedad, pero no la sociedad vista únicamente como ese
conglomerado regidos por normas éticas, morales y
religiosas, sino aquella que nos corresponde de manera
sicológica. Ojalá podamos darnos cuenta
algún día del terrible daño que infringimos,
y nos infringimos, cuando somos incapaces de perdonar. La vida no
dura una eternidad, cómo hacer durar en nosotros el
recuerdo de un agravio sin perdonarlo.

Miren, cuando decidimos no perdonar y guardarnos dentro
de nosotros el rencor, permitimos un envenenamiento paulatino de
dos o más vidas, lo que terminará destruyendo
miserablemente a una o varias personas.

Por eso vemos en las novelas dramáticas que el
personaje que inspira el odio, la rencilla, el rencor y siembra
la temática con ese halo de desdicha, termina siendo
castigando hasta con la muerte. Pero, esa muerte no repara el
daño que causó y que quedará indeleble en
las victimas.

Las ofensas que inferimos van directamente
proporcionales unidas a la dignidad de los hemos ofendido, y me
refiero que las ofensas tengan grados dependiendo de la persona
ofendida, me refiero al tipo de ofensa que hemos sido capaces de
inferir. Más claro todavía: si tengo una diferencia
con alguien y esa diferencia la quiero remediar matando su masota
preferida, tienen un grado de gravedad evidente, pero si en lugar
de matar a su mascota, elimino físicamente con quien tengo
la diferencia, indudablemente que el daño es
diametralmente distinto, desde el punto de vista humana y legal.
Con toda seguridad al matar la mascota sería reprendido
por las autoridades en la medida y grado de mi actitud, pero nada
comparable sería el castigo en el segundo caso. El grado e
indignidad del hecho cometido, dada la gravedad del mismo,
merecería un castigo diferente. Y es que, haciendo a un
lado los motivos, el objetivo determina la gravedad del crimen o
la ofensa.

Es como el caso del suicidio. Y aquí quiere decir
algo sobre el mismo, pues quien es capaz de atentar contra su
vida, tenga "éxito" o no, es capaz igualmente de atentar
contra la vida de su semejante, pues aunque son vidas diferentes,
se atenta contra la persona humana y su existencia, lo que no
está ni estará en nuestras manos resolver.
Cómo resolver una culpa como el suicidio, si ya quien lo
llevó a cabo no existe. Ya no es posible pedir
físicamente perdón por el crimen cometido, quedando
para suicidad el sólo rendimiento de sus cuentas a quien
en definitivamente le corresponde e perdón llamado
"magnifico" Claro que aquí también debemos
perdonador, pero ese perdón llegará de manera
espiritual y nunca material para quien cometió la ofensa
suicida.

Pero además de todo esto, la ofensa que origina
por nuestra parte el perdón va unida, igualmente, a
nuestra propia dignidad. Yo digo que todo se puede perdonar, pero
estará en cada uno de nosotros, de nuestra dignidad, hasta
donde somos capaces de elevar el perdón.

Por otra parte el perdón tienen para cada cual
sus propias condicionantes, venidas, como lo es por ejemplo, el
aprecio que podamos sentir por el perdón y el olvido de la
ofensa

Los escritores se las ingenian para presentarnos un
final "feliz", pero en el sabor del espectador quedó
grabada la maldad que prodigó el personaje ruin y
perverso. Esto, sin embargo, no justifica el odio, el rencor ni
el resquemor, como tampoco, el no dar el
perdón.

Señala usted al perdón como una pieza
clave y discurre sobre el tema con magnificencia, pero, los
errores suelen causar hondas heridas de difícil
curación, pues a diferencia de las heridas infringidas en
la carne, las heridas dejadas por la ofensa se alojan muy dentro
de la psiquis o del corazón y el alma, si así lo
prefiere ¿Qué hacer entonces con ese sufrimiento
que muchas veces duele más porque queremos demasiado a
quien nos ofende? Pero, como si fuera poco perdonar, nos propone
también olvidar ¿Cabe en el hombre tal
disposición?

Si estas dispuesto a perdonar tienen necesariamente que
aprender a olvidar, pues si no olvidas el perdón le llega
al eximido, pero no a ti. Amar y dejarnos amar es la
clave.

Partes: 1, 2, 3, 4
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